4/22/2009

MORIR EN VIDA

ANTES DE LEER, TE INVITO UN TEQUILA REPOSADO, A EUGENIA LEÓN Y LA LLORONA; EN COMPAÑIA. 

Al llegar a la calle de terrecería, en la entrada a la gran hacienda,  me he bajado del Pinto, hermoso caballo español. Hemos andado en el monte por horas,  justo cuando la noche empieza iluminar con su luna grande nuestra senda. Los sauces en hilera hacen una especie de muro entre el cementerio y el camino hacia el portón. Extraño mi abuelo que se  ha ocurrido construir aquí mismo una hacienda, colindando con el cementerio del pueblo. Persuasiva idea del abuelo querer poner a convivir muertos y vivos en el mismo espacio donde el viento teme a los vivos y se pasea entre las tumbas colmadas de gladiolas,  esperando por ellos para dejar  en un vacío sepulcral huella de su paso.

Camino con paso firme entre el viento que me susurra al oído y  mi caballo trigueño. Ando con paso imperturbable, como si el miedo se hubiera esfumado en los maizales, el frío arrecia y el silencio intenta colmar la noche. Pintillo hace un movimiento extraño, llena mis botas de tierra, lo jalo del crin para guiarlo hacía los Sauces. Nos detenemos en el límite del camposanto, lejos escucho una canción hermosa; la reconozco…. Llorona. Llorona; con hermoso huipil te han confundido ya con la virgen, con el rebozo piden que calmes el frío de quien te canta, has de llevar al mar a ver pescadores buscando perlas. Llorona… llorona, dos besos han de permanecer vivos, el último de mi madre y el primero tuyo; las flores del cementerio lloran cuando el viento las mueve.

Una escena llega intacta a mi mente. Entre la noche estrellada, un cuadro de luz y flores del pasado se instala en el mismo sitio donde hoy sólo hay matorrales. En aquellas tumbas descuidadas, la segunda de mármol blanco, sentada en ella, contemplo en mi recuerdo a una niña y a su abuelo:

-      Abuelo, ¿los muertos escuchan?

Y él, sin responder, esperaba ser escuchado cuando en voz alta hablaba hacia a la tumba o peor aún al muerto, que no escuchaba y no por muerto, si no por el viento que lloraba impetuoso, la ausencia de ese, que tanto había amado mi abuelo.

-      Abuelo, ¿los muertos lloran?

Y él, sin responder, esperaba ahogar su llanto en la opresión de su pecho y su duelo en silencio sollozaba sin ruido,  por el muerto, por el viento y por el mismo.

-      Abuelo, ¿los muertos mueren?

Y él, sin responder, moría afligido en sus recuerdos, agonizaba con su mirada indiferente a la vida que lo poblaba, inmerso en la memoria que expulsa y que castiga, olvidaba que la vida se extravía en la muerte por la condena que hacemos a nosotros mismos, frente a las tumbas de quienes cruzan nuestro camino. Justo me ha mirado fijamente  a los ojos y quiso entonces callar mi ansiedad y  mis ojitos traviesos quedaron quietos; “Los vivos mueren en vida y así; muertos en vida, es sencillo, muy sencillo volver a morir”

Relincho Pinto estrepitosamente, he vuelto mi mirada a la noche, con lágrimas en los ojos he pedido a las estrellas, a los muertos o a la tumbas, al viento o a la vida….  no morir nunca, como lo hizo tantas veces mi querido abuelo, que acostumbrado estaba a vivir, como los muertos viven. 

 raqeulvalenzuela abril 9, 2009

 

 

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