
Entre en silencio a esa habitación que me había dado tanto, el olor mostraba el secreto del aroma de un cuerpo en descomposición, él postrado sobre la cama, yo buscando un acercamiento. En la orilla de su lecho, pegadita a su cuerpo, me senté para tomar sus manos. Sabía que mi viaje a Londres era impostergable tanto como su muerte, necesitaba despedirme y no sabía como hacerlo. Las palabras se escondieron tras un nudo en la garganta, no podía dejar que fuera el silencio el que hablara por mi. Después de un respiro hondo, las palabras llegaron, las recuerdo intactas:
-Mañana salgo de viaje –Poco a poco las lágrimas cobraban vida- Quiero que sepas algo, quiero que lo sepas mirándote a los ojos. La vida acompañada de muerte certera me muestra un tiempo irredimible, pero vasto en los espacios que pude compartir contigo. Hombre bastón de mi existencia, impulsor de mi vuelo. Hoy, soy la mujer que soy, gracias a que confiaste en mí, creíste a pesar del crudo entorno en el que me viste crecer. Nunca sabemos la diferencia que podemos ser en la vida de los demás, y tú fuiste la diferencia en mi vida. Sé que es una despedida y sólo quiero abrazarte.
A pesar de los tubos que lo tenían conectado, lo abrace con el alma, sentí la suya. Le di un beso, me levante y salí sin mirar atrás. El llanto ahogaba mi tristeza. No volveré a ver más su cuerpo y no alimentará él más, mi amor por la lectura. Hace mucho tiempo cuando fui a verlo para comentarle un problema, antes de que me dejase comenzar a hablar. Me dijo con su voz pausada: “No me interrumpas ahora, estoy leyendo, bien te vendría sentarte y leer ese libro que esta ahí, en silencio” Era León Tolstoi, lo tome y de mala gana empecé la lectura. Cinco horas mas tarde seguía ahí, una lectura apasionante a la que nada podía despegarme, palabras vivas que hablaban del sentido de la muerte, de Iván Ilich que comprende que la única salida a la agonía física es la muerte en si misma, una agonía anímica en la que sabes que la vida continua para los que dejas y en una enfermedad prolongada, sintió ser un estorbo para su gente. La muerte de Ivan Ilich, contiene un monólogo de Tolstoi interpretando a la vida, intentando infructuosamente vencer a la muerte. En la disputa Ilich, se encuentra con la búsqueda del sentido de su propia vida, pues fue educado para ocupar un puesto en el gobierno del Imperio Zarista, para llevar una vida dentro de los límites del deber ser, y al final lo ha conseguido, una familia respetada y estable; todo lo que anhelaba lo posee, pero no es feliz. Tremenda situación valorar al final de tu vida que esta, probablemente ha sido un equívoco. Iván se da cuenta que no esta preparado para la muerte, que no tiene paz, cae inmerso en un estado de resentimiento y egoísmo por aquellos a los que ve con tanta vida. Tolstoi, nuevamente nos invita a reflexionar sobre grandes temas del ser humano, en esta ocasión del sentido de la muerte y el significado de nuestra vida. Este libro marco nuevas rutas para elegir próximas lecturas de semejante calidad. Al terminarlo busqué de nuevo a ese hombre que amaba los libros tanto como yo, llegué emocionada para platicarle todo lo que Ivan Ilich me había sugerido, sonriendo me ha dicho: “Si, si, pero antes platícame del problema que tenías la semana pasada” Y en realidad ya nada era tan importante como Tolstoi. La vida llena de coincidencias, me hace recordar a ese hombre que hablaba como nadie de la muerte tras la lectura de Tolstoi, concluyo aquella ocasión que no permitiésemos que nuestra vida fuera como la de Iván Ilich, nunca dudar si ha valido la pena.
Volví a su recámara, recargada en la puerta le dije: Recuerdas a Ivan Ilich? Asintió con la mirada llena de lágrimas. Me fui, tres días después murió.
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