UN ALMA ENTUMECIDA

Somos cada quien el personaje principal de nuestra historia, en esta historia que nosotros escribimos a través de la palabra, que esta en realidad no son más que acuerdos hechos entre símiles para poder comunicarnos; nos enfrentamos a un mundo de acuerdos hechos por otros, por todos aquellos que me antecedieron: la religión, la política, la cultura de mi país, un nivel socio económico, el deber ser, la educación o las creencias de mis padres o abuelos, en realidad son bastas las circunstancias que nos han impuesto las reglas del juego. Todo nos lo creemos y no somos capaces de cuestionar nada, así en una profunda hipnosis, escribimos aquella historia en la cual nos acompañan una serie de personajes secundarios. No lo sé: Tu madre, tu hermano, tu esposa, tus hijos, los míos, el maestro, el sacerdote, tus abuelos, tu jefe. Todos los personajes secundarios que conforman nuestra historia son seres humanos que normalmente creemos conocer, pero en realidad no sabemos más nada de ellos que nuestro propio juicio acerca de ellos, el que, sin duda, siempre irá matizado de una perspectiva “x”, así que en una historia donde eres el personaje principal y te acompañan cientos de personajes secundarios, todos hablan y a nadie le importa realmente lo que pasa – básicamente porque vivimos enfrascados en nuestra propia historia- lo que quiere decir que nosotros somos para ellos también un personaje secundario en sus vidas. Vaya lío, y vivimos en el intento constante de cumplir las expectativas de absolutamente todos los personajes secundarios de nuestra historia o al menos regimos parte de nuestras acciones en base a lo que puedan pensar de mí. Es como vivir satisfaciendo la opinión de los demás. En cinco años puede que se acuerden de mi nombre, en cincuenta sólo mi familia se acordará de él, en cien años dudo que alguien pueda recordarme, pero en 500 ni siquiera sabrá nadie de mi existencia. Esto sí que es vivir con el alma entumecida.