12/02/2009

LA PARÁLISIS NO ES DEL ALMA

LA PARÁLISIS NO ES DEL ALMA



Era sábado, creo que 29 de Noviembre, casi a las tres de la tarde una ambulancia aérea aterrizaba en la plataforma del Sanatorio en el que estaba desde un día antes internada. Mi papá y yo nos miramos sin decir nada. Yo desde la cama gire el cuerpo, dándole la espalda, me tape hasta los hombros con la sábana color crema y una lágrima rodó por mi rostro, la limpié, respire hondo y recordé que sonreír es reflejar a la vida mientras se observa en el espejo de nuestros ojos.


Conducía como casi siempre en las carreteras boscosas, respirando profundo y observando todos los tonos de verde, me gusta bajar esa carretera empinada cerca de La Marquesa, puedes ver la capital del Estado de México de un solo golpe y lo mejor de todo es aquel imponente Nevado de Toluca que delimita la belleza de lo absoluto, ese Nevado que esperará un año más para ser ascendido por tres ilusos montañeros. Respire profundo tras haber perdido la oportunidad de ver el amanecer desde ese hermoso lugar, recibí entonces una llamada, era Abraham. ¿Va a pasar a firmar la nómina? (No lo recordaba, era viernes, día de nóminas y pendientes y yo no tenía intención alguna de hacer una parada en la empresa) No, Abraham. Si quieres dile a la contadora que mande los cheques a la gasolinera que esta en Lerma, voy bajando la carretera y estoy ahí en veinte minutos, ahí mismo te los firmo y así no me desvío, todavía me queda una hora de camino para llegar a casa. Llegué antes que él, así que baje a comprar agua embotellada, me acerque al auto en el que venía, me dio varios documentos, los firme, le pregunte acerca de algunos asuntos incompletos y me despedí apurada. Con ese mismo paso y cuando menos lo sentí un anuncio de metal caía en el instante en el que yo pasaba debajo de aquel objeto, logre ver la sombra, mis reflejos intentaron hacer la cabeza para el lado izquierdo y fue demasiado tarde, para entonces el anuncio me había pegado tan fuerte que los que estaban a más de diez metros de distancia lograron escuchar el golpe sórdido. Ese momento lo fue todo, mi vida había transcurrido íntegra en el instante del golpe, una vibración recorrió mi cuerpo, me sentí aturdida. Entre de nuevo a la camioneta, la vibración continuaba, más tenue, más ligera. Creí poder manejar, supuse que el accidente no era de cuidado, subí entonces el puente que me conducía a la autopista, de pronto todo, todo era gigante, la extensión de la tierra giraba 360 ª y yo era capaz de observarlo. No, Raquel. Esto no está bien, fue el golpe que te diste. Hice una llamada, cuando el papá de mis hijos respondió no pude articular palabra alguna. Un nudo en la garganta me ahogaba, colgué y sin más me puse a llorar. ¿Porqué lloras? me preguntaba una voz, la mía, la queda, la serena. Y era verdad nada dolía, nada; era solo el desahogo de la vibración de aquel golpe en la cabeza. Volvió a intentar por teléfono, supongo le preocupo la ausencia de mi voz al llamarlo, como pude le dije que necesitaba su ayuda con los niños, que yo iría al hospital porque me había golpeado en la cabeza. Transcurrieron cuarenta minutos en un trayecto en el que normalmente haces quince de camino. Todo iba lento, demasiado lento y yo conducía mientras mis sentidos se agudizaban. Era capaz de percibirlo todo: Un auto rojo placas MAJ1340, los árboles bailando con el viento, dos obreros con cascos amarillos y chalecos verdes sostenían banderines de precaución, el pasto de Paseo Tollocan, también bailando, el asfalto gris, los autos que rebasaban, el rostro de quien histérico hacía sonar el claxon para que me diera prisa, los puentes hacía el Boulevard Aeropuerto, mi precioso Nevado de Toluca, los restaurantes y sus anuncios: Mariscos, tacos, Hamburguesas. Un hotel, una docena de espectaculares anunciaban entre otras muchas marcas; telefonía celular, ropa interior, universidades y café soluble. Sentía el roce de la piel del asiento en mí ante brazo, la hora en tablero marcaba casi la una y treinta y cinco con números rojos. Mis ojos lloraban inconcientemente, cristalinos ojos aturdidos. Mis oídos retumbaban de una extraña manera, hacían que un ligero choque eléctrico empezará a paralizar mi cuerpo del lado derecho, lo sentía; era conciente y tremendamente lúcida de lo que hasta ese momento estaba sucediendo con mi cuerpo y con el mundo exterior. Sin saber porque maneje hasta la casa, esa casa que habite por casi doce años y dejé intacta tras mi partida. Saludé al policía con algún gesto que seguro interpreto como de lo más extraño, entré a la casa, el pasillo era más largo que de costumbre, subí con cuidado las escaleras, y atiné a ir al cuarto de mi pequeño hijo, esa recámara en la que juntos colgamos una bandera de pirata, ahí jugamos tanto… Miles de veces fui Garfio, y subidos los dos en las camas saltábamos y en cada salto una almohada tenía que pegar al adversario, casi siempre ganaba yo y el enojado se metía a su cama. ¡No vale, mamá! Eres más alta que yo. ¿Qué no vale? ¡Piratilla del mal, anda levántate y alza tu espada que aquí no hay espacio para cobardes o acabaré contigo para siempre! Me miraba de reojo y de un brinco volvía a la estocada. En esa cama donde él se escondía en los encuentros sanguinarios, donde le contaba cuentos por la noche para que aprendiera a leer pronto, ahí mismo me quede dormida. Alguien llamo al teléfono, no pude contestar. Pero otra vez la voz que de pronto aparece y me hace actuar asertivamente me pidió que no durmiera, algo andaba mal en mi cuerpo. Escuché a los perros ladrar, alguien se acercaba y gritaba mi nombre, era mi madre, Lupe. ¿Pero que tienes, qué fue lo que paso? Vamos ahora mismo al hospital. Mi respuesta iba a ser negativa, todos saben que odio los hospitales, que jamás enfermo y que no tomo ni aspirinas. Al querer hacérselo saber, ya no podía hablar, mi cuerpo en su mitad, tampoco respondía. Llegamos a un hospital cercano a casa. El médico, un joven de barba cerrada me paso rápidamente a un salón con varias camas, me hizo recostar y me preguntaba cosas por demás imbéciles, lo hacía lento, como si yo no entendiera y claro que entendía, nunca deje de estar lo suficientemente lucida para responder, aunque sus preguntas eran sin sentido, el problema es que no me entendían. Antes de pasar a la tomografía, sentí que alguien daba un beso a mi frente, le sonreí con el corazón, tal vez por ser mi alma gemela, por estar ahí, por preocuparse siempre. Mi cuerpo temblaba de frío en la camilla, temblaba tanto que tuvieron que ponerme una frazada calientita, era color azul y vaya que sirvió, mis piernas se tranquilizaron y entre en el aparato gigantesco con la cabeza inmóvil. Algo sucedió mientras observaba la etiqueta color amarillo en el que decía el modelo de la máquina de radiografías craneales. No había nada en la habitación, era color nube, nube; No, en serio; ahora que lo escribo y pienso mi vaga interpretación, creo que no exagero, era color nube, nube blanca. No era nublado, era color nube. Evoque a mis hijos, a cada uno de ellos, vino Sofi con su sonrisa de sol, sus hoyitos en las mejillas y sus ojos negros y rizados; La mayor, preciosa, caminando, segura de si misma, su cabello largo, espeso y dorado, se sentaba ahí conmigo, me tomo la mano. El pequeño: Mamá te amo, sus palabras preferidas alentaban a mi corazón a tranquilizarse. Vino Pepe, ese pequeñín que tanto quiero, niño de mi alma con sus ojitos ciegos: ¡Chaquel! Y lo veía perfectamente bien cuando levantaba su naricita para olerme. Vino un rostro, el de Sara, una pequeña niña que habita en mis sueños, sin saber si soy yo de pequeña o es alguna hija que siempre quise tener y no llegará jamás. Ahí estaban los cinco mientras yo miraba una etiqueta amarilla. Volví para ver esos rostros pilares míos, no había nadie. Sentí una tranquilidad delicada, una paz absoluta, la mayor conciliación, un silencio apacible, amable. No había más nada. Nada. Toda mi vida volvió a transcurrir en ese segundo. Observaba un cuerpo tendido enredado en una manta azul, un aparato daba vueltas sobre la cabeza de ese cuerpo, una mente que no pensaba ya más nada y yo mientras tanto volaba etérea, sin cuerpo, sentía como planeaba en el aire por debajo de la camilla, entre la cabeza y el cilindro de metal, miraba los ojos cristalinos de esa mujer de cabellos rizados, sonreía, bailaba y volaba alto hasta el techo, como las mariposas hacen, vuelo grácil, ligeras. Sin saber como, sin saber porque, en el próximo segundo era yo mirando de nuevo la etiqueta amarilla, mi corazón estallaba por no saber que había sucedido en aquel segundo anterior a ese. Me retiraron de aquel aparato que captura tomografías y alguien me llevo andando mientras seguía tendida en la camilla, mire los focos enormes del pasillo y quería no abandonar jamás aquella sensación de libertad absoluta y alguien me apartaba de ella sin siquiera consultármelo. Una ambulancia vino por mí, mi madre me acompaño en el camino, por dentro las vestiduras eran rojas y también la manta con la que me cubrieron. Íbamos camino a otro hospital, donde me atenderían médicos especialistas. Cuando menos sentí un trío de neurólogos me acompañaban, una enfermera de cabellos rubios me desvestía y ponía suero en mi muñeca izquierda, alguien tomaba muestras de sangre, me pareció oír que se llamaba Miguel, había un médico extra, parecía una especie de estudiante. Me preguntaban cosas, querían que frunciera el ceño, la nariz, hiciera fuerza con mis manos, con mis piernas, que contestará cosas. Todo lo entendía perfectamente bien, ellos no a mí. Fue la primera y última vez que sentí impotencia y angustia. Yo estructuraba respuestas inteligentes pero mi articulación era de lo peor. ¿Cómo haría para que no pasaran mi caso como el de alguien delicado con lesiones graves? Ahora sí que tenía problemas ¿Cómo los haría entender que era consciente de todo y que podía responderles todo? Pero llego aquella maldita pregunta primera: Raquel ¿Qué día es hoy? Puta madre, me tenía que preguntar justo lo que nunca sé, ahora sólo falta que me pregunte la tabla del siete. “Plegunta otla cota” le decía al doctor. Que doctor tan amable, neurólogo de ojos bellos y mirada serena. No te entiendo, ¿Qué te pregunte otra cosa? ¿No sabes que día es hoy? “Pelo nunca lo te”


Mientras yo seguía hablando así y los especialistas revisaban las radiografías de un cerebro claramente inflamado, le pedí algún empleado, esos muchachos por los que daría la vida y los que por supuesto estaban ahí en Urgencias esperando respuestas de los médicos, que hiciera una llamada por mí. No pudo retener la llamada por las formas agresivas de a quien habíamos llamado, así que tome el teléfono como pude, tratando de explicar lo que había sucedido, con esa articulación mía del carajo, se rió reiteradamente fingiendo tras su risa una preocupación inerte. Pero es que era de risa escucharme, que digo de risa; de morirte de risa, los enanitos de Blanca Nieves eran un charal a lado mío. Mientras mi autoestima cayó en picada tras la llamada me avisaron que mi papá ya venía en camino del sur del país, de Veracruz. Mi hermano mayor tomo un vuelo del Norte, exactamente de Chihuahua. Y yo lo único que quería era llorar y para contener el llanto pensé que sería buen momento para terminar de leer el libro que traía en mi mochila de manta: El guardián entre el centeno. Abraham lo saco para mí, le pedí con señas que lo leyera. ¡Que mal lee este muchacho!, pensé. Cuando salga de esta, juro que iré una vez a la semana a cualquier hospital a ver si algún enfermo quiere que le lean y también invitaré a Abraham a leer a ese pedacito de bosque en el que vivo. Donde inevitablemente aprendes a leer y no por necesidad ante la ausencia de televisión si no por el placer de desaparecer entre los pinos gigantescos que parecen salir de un libro abierto, la tierra; o será el gran libro el que se los ha comido a ellos, a saber. Mundos nuevos donde dejar de ser tú en la lectura es tan rutilantemente bello como volver siendo otro. Se lo propondré, mientras le pido con una seña que pare de leer, es que de veras lee fatal. ¡Es que no veo bien, señora! “Ti tecuto, mejod di que toto dees mafada” Lo quise tanto, a él y a todos esos seres preciosos que me demostraban su cariño estando atentos, respetuosamente atentos con sus caritas serias y angustiadas, los quise tanto, tanto, tanto.


Pase la noche en el hospital, creo que sola, no lo sé. Mi hija mayor competía el sábado temprano en los estatales de atletismo y no queríamos decirles nada. Lo hizo muy bien. Gano un buen lugar y después se les aviso lo que había sucedido: “Su mamá tuvo un accidente lo que le ocasionó una lesión al cerebro, le afecto el área de lenguaje, así que no puede pronunciar bien las palabras, la mitad del cuerpo puede ya moverla, un poco mas lenta. Va a estar muy bien, se va a recuperar.”
A lo que respondieron los tres en la voz de la mayor: “Mi mamá dice que cada quien le da el significado a las cosas que suceden y como es ella, seguro estará ahora mismo sonriendo” La segunda ha dicho: “Le voy a llevar dos chocolates Hersheys blanco, con eso tiene” El tercero termino: “¿Se va a quedar así para siempre? Porque si, sí... lo mejor es que nos va a regañar y ni le vamos a entender”






 Inevitable ser congruente con pequeños ojitos que miran y lo hacen también con el corazón.



















Con amor para cuando mis hijos crezcan,
Raquel Valenzuela
Noviembre- Diciembre 2009

5 comentarios:

FranCo dijo...

Estimada Raquel:
Espero que hayas mejorado. He sufrido lo mismo en dos ocasiones y me he recuperado. Date un tiempo. Confianza. Es reciente. Pon toda tu energía
Pero de lo que no me he recuperado es de una operación que me icieron en la espalda este mes de julio de este año 2009. Donde me han dejado paralizadas las piernas por tocarme la médula. Pero me voy a curar, solo es cuestión devoluntad.
Un beso y ánimo

Raquel dijo...

Gracias por tus palabras. Me acerqué a este lugar para publicar tu comentario y poder buscarte. Saber quien eres, darte las gracias.
Te dejo una sonrisa grande y sí... también creo que todo es cuestión de voluntad y una mente disciplinada.

Dedicatorias dijo...

Muchisimas gracias por compartir esto con nosotros, por esa sinceridad y locuacidad deslumbrante para con nosotros.
Paciencia y espero una pronta recuperacion.
Besos.

PASSOFINNO dijo...

Espero con ansiedad que al escribir este comentario, tu ya te hayas recuperado y que tu salud este bien , ruego porque así sea . Tu eres una mujer valiente , llena de amor y dulzura y con un gran significado de la vida, tienes la respuesta a esas preguntas de todos los que te rodean , te necesitan y nosotros tus amigos , también . Recibe mis saludos , un enorme y sentido abrazo y este aliento con una Gran sonrisa de un amigo sincero que te quiere .

Cristina García-Rosales dijo...

¡Ay dios mío! Te encontré y en mi alegría no ví lo que te pasaba. Porque no leí en mi aturullamiento. Espero que estés mejor, que estés ya recuperada. Lo espero de corazón y te envío mis mejores deseos, sonrisas y abrazos desde este Madrid lluvioso en el que se va acercando a pasos agigantados el año nuevo, Cris